Es el lugar con el que conecto, dónde respiro profundamente, dónde nada me preocupa y las manos dejan de temblar. Hace más de un siglo a alguien se le ocurrió construirlo y quien lo hizo era mi alma gemela. Tiene un lago de agua caliente y un palacete abandonado, pasto de la hiedra. Nada es igual allí, el paso del tiempo lo hace aún más bonito y aunque ya no es lo que era, sigue respirandose en él la elegancia de otra época.
Cada vez que voy juego al pilla pilla en el jardín, como si tuviera cinco años. Siempre es de noche, no recuerdo haberlo visto de día, de no ser por las fotos de mi padre. Si alguna vez desaparezco, mejor dicho, cuando desaparezca, que nadie me busque allí, porque me encontrarán.